Murree Brewery: Lucha, legado y licor en la sombra de la prohibición en Pakistán

La emblemática cervecera desafía restricciones religiosas, barreras legales y la competencia con una audaz estrategia de diversificación hacia bebidas no alcohólicas

165 años de historia fermentada

Enclavada en Rawalpindi, Pakistán, la Murree Brewery se alza como un símbolo de resiliencia empresarial y adaptación cultural. Fundada durante la era colonial británica en 1860, esta cervecera no solo es la más antigua del país, sino también la más grande en una nación donde el alcohol está prohibido para los musulmanes, que representan alrededor del 96% de la población.

En un país islámico que penaliza la ingestión de alcohol entre musulmanes desde los años 70, Murree Brewery sobrevive y crece. ¿Cómo lo logra? A través de un delicado equilibrio entre tradición, legalidad, clientela selecta y una nueva apuesta: el mercado de bebidas no alcohólicas.

Isphanyar Bandhara: el 'barón' sobrio

Isphanyar Bandhara, presidente de Murree Brewery y representante de la tercera generación en la dirección familiar, representa el nuevo rostro de la empresa. "No podemos dormirnos en los laureles vendiendo alcohol", afirma. Aunque la firma genera ingresos sólidos gracias a su clientela extranjera, diplomática y de minorías religiosas, Bandhara reconoce que el futuro de la empresa precisa diversificación.

Con unos 2.200 empleados bajo su dirección, Bandhara se enfoca ahora en la expansión de bebidas energéticas, jugos y bebidas malteadas, con la mirada puesta en el presente demográfico del país: el 64% de la población de Pakistán tiene menos de 30 años.

Una empresa en la trinchera legislativa

Las restricciones estatales son intensas. El gobierno fija los precios del alcohol, determina sus puntos de venta, prohíbe su publicidad e impide su expansión dentro del territorio nacional. Además, retiene un porcentaje elevado de los ingresos en forma de impuestos. Solo en el último año se llevó 35 millones de dólares en tributos procedentes de Murree Brewery.

Según la ley paquistaní, solo los no musulmanes —alrededor de 9 millones de personas— pueden consumir alcohol de forma legal. Están autorizadas algunas tiendas de vinos operadas por hindúes o parsis y se conceden permisos limitados a extranjeros y diplomáticos.

Un mercado exclusivo y clandestino

El consumo de alcohol, aunque prohibido para la mayoría, no ha desaparecido. Existen bares en hoteles cinco estrellas —discretos, sin ventanas y con ambientes grises— y restaurantes que permiten a clientes selectos llevar su botella. En algunas provincias, incluso, el alcohol se entrega en autos aparcados en la puerta de tiendas, en un esfuerzo por mantener la privacidad.

El testimonio de Faisal, un musulmán de la provincia de Sindh, lo resume bien: “La cerveza local cuesta 500 rupias (1,76 USD), pero puedes ahorrarte 50 si la compras sin enfriar. Es más barata que el café”, dice, acentuando tanto el acceso como la paradoja.

El castigo por el consumo ilegal puede ser severo: 80 latigazos según disposiciones religiosas, aunque esta pena fue declarada no islámica por la Corte Federal de la Sharía en 2009.

La calidad antes que la clandestinidad

Murree Brewery no solo mantiene estándares por orgullo. Bandhara presume ser uno de los catadores no musulmanes. "No podemos forzar a nadie a beber una bebida inferior...", dice. Entre sus clientes figuran embajadas alemanas, chinas y europeas.

Sus bebidas malteadas no alcohólicas están diseñadas para parecerse a la cerveza, e incluso su sabor recuerda el dulzor de la cebada mezclado con levadura. Este tipo de producto representa una estrategia para conservar identidad sin violar la ley.

Desigual competencia: el caso de Hui Coastal

Desde 2021, la empresa china Hui Coastal Brewery and Distillery Limited produce cerveza en la provincia de Baluchistán para abastecer a trabajadores chinos. Su llegada dejó desconcertado a Bandhara, quien denuncia dobles estándares en la concesión de licencias.

Cuando su familia intentó abrir otra cervecera en Punjab, fueron disuadidos por las autoridades. "Si yo recibo el sermón islámico, ¿por qué sí otorgaron licencia a los chinos?", cuestiona. Subraya que ser un barón del alcohol local parece implicar mayores riesgos que ser un extranjero en terreno musulmán.

El reto del mercado no alcohólico

Mientras la cerveza de Murree no puede anunciarse ni venderse libremente, firmas internacionales como PepsiCo y Coca-Cola dominan el segmento de bebidas sin alcohol en un mercado de miles de millones de dólares anuales.

Es menos lucrativo, pero también más seguro”, observa Bandhara. Su objetivo ahora está en consolidar marcas propias que, poco a poco, ganen terreno entre los jóvenes paquistaníes. Actualmente, la línea de productos sin alcohol crece a doble dígito cada año.

Producción nacional, exportación limitada

Aunque se permite exportar cerveza a países fuera de la Organización de la Cooperación Islámica (OCI), existe demanda en países musulmanes donde la ley impide legalmente los envíos. Pakistán produce etanol en cientos de destilerías, lo exporta masivamente, pero no permite su transformación en bebidas alcohólicas locales para consumo público.

La falta de seguridad y regulación ha derivado también en la aparición de alcohol ilegal y tóxico. En diversas ocasiones se han reportado muertes por consumo de methanol, presente en licores caseros contaminados.

Cuando el negocio choca con la fe

La religión y el comercio se entrelazan estrechamente en Pakistán. Aunque el islam considera el alcohol como haram (prohibido), sus productos siguen existiendo y son parte del comercio regulado para minorías. Esta contradicción crea innumerables fricciones jurídicas, sociales y éticas.

Bandhara, parte de la comunidad parsi, simboliza también las paradojas de esta coexistencia. Mientras busca crecer, también se enfrenta a una constante vigilancia estatal y social. Su camino se bifurca entre la defensa de una tradición y la necesidad de innovar sin transgredir valores nacionales.

Reflejos de la modernidad en un mercado complejo

El legado de Murree Brewery es un espejo de Pakistán moderno: una nación atrapada entre su herencia religiosa y legal y la necesidad de abrirse a nuevos modelos económicos. En sus botellas de cerveza y latas de malta se condensan siglos de historia colonial, debates contemporáneos sobre los límites de la religión en la vida pública y las tensiones de un mercado global que exige inclusión, competitividad y adaptabilidad.

Murree representa más que una fábrica: es un campo de batalla entre la fe, la ley y la sed.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press