Minerales, poder y conflicto: la guerra invisible en el este del Congo

El apoyo de Ruanda al M23, los recursos críticos y el nuevo colonialismo disfrazado de progreso tecnológico

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Un conflicto silenciado por los dispositivos que usamos

Mientras lees esta nota desde tu teléfono móvil, es probable que un componente dentro del aparato provenga de una zona en guerra, extraído bajo condiciones de extrema violencia, explotación y muerte. El conflicto en el este de la República Democrática del Congo (RDC) involucra no solo cuestiones territoriales o políticas, sino también un oscuro negocio de minerales que alimentan la tecnología moderna: el coltán, el tantalio, el niobio y otros recursos considerados “críticos” por potencias como Estados Unidos, China y la Unión Europea.

En julio de 2024, un reporte confidencial de las Naciones Unidas, filtrado por Reuters, reveló que el grupo rebelde M23—respaldado por el gobierno de Ruanda—ha intensificado su ofensiva militar para controlar territorios ricos en minerales. Esto incluye la estratégica ciudad de Goma y las minas de Rubaya, cuna de producción del codiciado coltán.

¿Qué es el M23 y por qué Ruanda lo apoya?

El M23 es una milicia armada que opera principalmente en el este del Congo. Aunque oficialmente disuelto en 2013, reapareció en 2021 con más fuerza y mejor equipamiento. Según el reporte de la ONU, Ruanda ha provisto al grupo con armamento sofisticado, incluidos sistemas de interferencia, misiles de defensa aérea de corto alcance y drones armados.

¿La razón? No es simplemente ideológica o política. Ruanda busca asegurarse el acceso directo a los minerales estratégicos, en particular el coltán, un recurso indispensable para la fabricación de celulares, computadoras, sistemas GPS, motores de aeronaves y misiles. Según el informe, Ruanda ha estado mezclando estos minerales con su propia producción nacional antes de exportarlos, principalmente a compradores internacionales que no siempre quieren saber de dónde provienen los recursos.

El botín tecnológico del siglo XXI

En 2023, la RDC produjo el 40% del coltán mundial, según la U.S. Geological Survey. Este dato contrasta brutalmente con la realidad de su población: más del 70% de los congoleños vive con menos de $2.15 dólares al día, y más de 7 millones han sido desplazados por la violencia.

“Es el colonialismo del siglo XXI, pero disfrazado”, dice Jean-Baptiste Kavoma, analista político con base en Kinshasa. “Antes tomaban el caucho y el marfil. Hoy son los metales raros. Solo que ahora los saqueadores vienen con contratos tecnológicos y no con látigos.”

Un acuerdo de paz que parece papel mojado

En junio de 2024, Ruanda y Congo firmaron un acuerdo de paz facilitado por Estados Unidos. Pero como alertan los expertos de la ONU, el acuerdo excluye precisamente al grupo M23, que domina la región mineral más rica. En otras palabras: “el acuerdo no toca el corazón del problema”.

Además, el informe indica que parte del coltán extraído de la mina de Rubaya está siendo vendido a la empresa Boss Mining Solution Limited, con sede en Ruanda, y que el Buró de Desarrollo Ruandés declaró una producción anual local de 8,000 a 9,000 toneladas de tantalio, estaño y tungsteno para justificar las exportaciones. Esta cifra se contradice con los datos del Instituto Nacional de Estadística y estudios geológicos independientes.

Una geografía de violencia e impunidad

Según un estudio publicado por Human Rights Watch, numerosos actores armados, incluyendo el ejército congoleño y milicias gubernamentales, han cometido violaciones a los derechos humanos, desde asesinatos extrajudiciales hasta violencia sexual y saqueos.

El informe de la ONU acusa directamente al M23 y a las fuerzas ruandesas de impulsar una “campaña sistemática de represión”, que incluye desapariciones forzadas, tortura, redadas en hospitales y detenciones arbitrarias.

“La guerra del Congo no es una guerra de etnias. Es una guerra por el control de las riquezas”. — Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz 2018

Mientras tanto, los soldados congoleños en retirada también han sido culpables de violaciones, asesinatos y saqueo de aldeas, lo cual deja entrever una completa anomia institucional en la gestión de un conflicto que ya dura décadas.

¿Y el consumidor final?

El coltán, del cual se extrae tantalio y niobio, es hoy parte crucial de dispositivos como:

  • Teléfonos móviles
  • Computadoras portátiles
  • Equipos aeroespaciales
  • Electrónica automotriz
  • Dispositivos de defensa militar (misiles, GPS, etc.)

El alto consumo mundial de estos dispositivos —y la falta de normativas claras de trazabilidad mineral— contribuye indirectamente a financiar esta guerra. Aunque existen programas de certificación como el ITSCI, el reporte indica que muchos minerales “conflictivos” son ingresados al comercio global mezclados con minerales certificados.

Es decir, el móvil más moderno puede ser también el más sangriento. Como destaca un artículo del Washington Post en 2022, incluso grandes compañías tecnológicas han tenido gran dificultad en garantizar una cadena de suministro limpia.

¿Un futuro con responsabilidad tecnológica?

El problema no es solo del Congo, ni de África. Es del sistema tecnológico global. La transición a energías limpias y la digitalización mundial, aunque necesarias, no pueden construirse sobre la base de genocidios invisibles.

Organizaciones como Fairphone están trabajando en teléfonos modulares con trazabilidad ética de materiales. Sin embargo, todavía representan una fracción ínfima del mercado. La gran mayoría de los usuarios ni siquiera están conscientes del origen de su tecnología.

Ruanda: entre innovación y complicidad

Ruanda, dirigida por Paul Kagame, ha sido alabada internacionalmente por su desarrollo tecnológico y estabilidad relativa. Sin embargo, este mismo presidente acusó recientemente a la ONU de “manipular informes que no tienen conexión con la realidad”. En respuesta, los expertos enfatizaron la rigurosidad técnica de los hallazgos, que están siendo revisados actualmente por el Consejo de Seguridad.

Ruanda ha utilizado el argumento de “seguridad regional” para justificar su implicación. Pero el interés mineral, especialmente en coltan y tierras fértiles, parece ser el eje central de su estrategia geopolítica en el Congo, un país debilitado por décadas de dictaduras, corrupción y guerra civil.

En cifras: el drama del este del Congo

  • 40% de la producción mundial de coltán, según U.S. Geological Survey (2023)
  • 70%+ de la población congoleña vive con menos de $2.15 diarios
  • 7 millones de desplazados internos por el conflicto
  • 100,000 nuevos desplazados en 2024 por ofensivas armadas
  • +2 décadas de conflicto armado en las regiones de Kivu

En todo este contexto, la guerra en el Congo sigue siendo una tragedia silenciada, cuyo eco reverbera en nuestros bolsillos y escritorios en forma de dispositivos móviles, sin que seamos conscientes de su precio real.

Desde la ONU y las organizaciones humanitarias, hacen falta mecanismos más eficaces para cortar la financiación de grupos armados vía el comercio de minerales, y verdaderas sanciones internacionales ante los gobiernos que colaboran directa o indirectamente con el saqueo.

El dilema es brutal: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a mantener nuestro estilo de vida digital al costo de millones de vidas y generaciones enteras en ruinas? Tal vez sea hora de cuestionarlo, como sociedad global.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press