Ciencia y fe entre las estrellas: el Papa Leo XIV y el legado del Observatorio Vaticano
Entre telescopios, recuerdos lunares y reflexiones sobre la Creación, el pontífice marca un hito al visitar el observatorio astronómico del Vaticano
Un gesto histórico en la colina de Castel Gandolfo
En una cálida jornada de julio, coincidiendo con el 56° aniversario de la llegada del hombre a la Luna, el Papa Leo XIV realizó una visita sin precedentes al Observatorio Astronómico del Vaticano ubicado en Castel Gandolfo. Lo acompañaron astrónomos y estudiantes de la tradicional escuela de verano, uniendo generaciones de creyentes y científicos en un encuentro inspirador bajo el cielo estrellado.
Tras rezar el Ángelus dominical en su residencia de verano, el pontífice recorrió las instalaciones del observatorio, fundado hace más de 130 años por el Papa León XIII. Allí, tuvo la oportunidad de observar de cerca los telescopios centenarios e intercambiar ideas con investigadores sobre la conexión entre ciencia moderna y teología.
La herencia científica de la Iglesia
El Observatorio Vaticano no es un simple museo de instrumentos antiguos. Desde su fundación formal en 1891, ha jugado un papel clave en la reconciliación entre ciencia y religión. Su historia, sin embargo, puede rastrearse incluso más atrás, al siglo XVI, cuando el Papa Gregorio XIII impulsó una reforma del calendario basada en datos astronómicos, liderada por científicos jesuitas como Cristóbal Clavio.
En la actualidad, el observatorio alberga una de las colecciones de meteoritos más importantes del mundo, incluyendo fragmentos de Marte. Además, produce investigaciones de altísimo nivel sobre cosmología, exoplanetas y física estelar, muchas veces lideradas por sacerdotes astrónomos. Uno de los actuales directores científicos, el hermano jesuita Guy Consolmagno, ha sido una figura clave en unir la fe cristiana con los descubrimientos astronómicos más revolucionarios.
“El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos” — Salmo 19:1
Un diálogo celestial: llamada a Buzz Aldrin
En una demostración simbólica del vínculo entre el cielo científico y el cielo evangélico, el Papa Leo XIV llamó esa misma tarde al astronauta Buzz Aldrin, uno de los primeros humanos en caminar sobre la superficie lunar durante la misión Apollo 11 en 1969.
“Esta tarde, 56 años después del alunizaje del Apollo 11, conversé con el astronauta Buzz Aldrin. Compartimos el recuerdo de una hazaña histórica, testimonio de la genialidad humana, y reflexionamos sobre el misterio y la grandeza de la Creación”, escribió el Papa en su cuenta de X (antes Twitter).
En esa llamada, también impartió su bendición a Aldrin, a su familia y a sus colaboradores, trazando una línea directa de espiritualidad entre el Vaticano y el cosmos.
Otros papas y el espacio
Esta no es la primera vez que un papa se conecta, literal o simbólicamente, con el espacio. En 1969, el Papa Pablo VI envió una radio-mensaje a los astronautas Armstrong, Aldrin y Collins desde el Observatorio Vaticano, refiriéndose a ellos como “conquistadores de la Luna”.
Décadas después, en 2011, el Papa Benedicto XVI se convirtió en el primer pontífice en realizar una videollamada en tiempo real a la Estación Espacial Internacional. Preguntó entonces por el futuro del planeta y los desafíos medioambientales en un gesto de conexión entre ciencia, ética y esperanza planetaria.
¿Es compatible la fe con la astronomía?
La idea de papas hablando sobre agujeros negros o galaxias lejanas puede sorprender hoy, pero el catolicismo tiene una historia rica de compromiso con la ciencia. De hecho, la Iglesia fue pionera en la enseñanza científica durante siglos a través de universidades y órdenes religiosas.
No obstante, episodios como el juicio contra Galileo Galilei en el siglo XVII han oscurecido esa historia. Galileo fue procesado por defender la teoría heliocéntrica, considerada herética en su momento. Aunque la verdad científica prevaleció, ese conflicto se convirtió en el símbolo del aparente antagonismo entre racionalidad científica y dogma religioso.
Pero en los últimos 150 años, el Vaticano ha adoptado un enfoque totalmente diferente. El Papa Juan Pablo II pidió en 1992 una revisión histórica del caso Galileo y pronunció un mea culpa en nombre de la Iglesia, reconociendo su error.
El nuevo humanismo cósmico del Papa Leo XIV
Leo XIV parece continuar por esa senda. Con su estilo pastoral inclusivo y apertura al diálogo, su visita al Observatorio refuerza un mensaje claro: el universo puede ser leído con los ojos de la fe sin renunciar a la razón. Y viceversa.
En palabras de Guy Consolmagno, “la astronomía no nos muestra un Dios que interviene en cada evento, sino un Dios que hizo el universo tan bien que puede evolucionar por sí mismo.”
El papa, con su gesto, parece abrazar precisamente esa visión: un universo que, lejos de excluir el misterio divino, lo manifiesta en su grandeza y complejidad.
Estudiantes y estrellados: la nueva generación en el Vaticano
No fueron solo telescopios lo que observó el Santo Padre. También escuchó a los jóvenes científicos que integran la Escuela de Verano del Observatorio. Esta reúne, cada dos años, a estudiantes de todo el mundo —muchos provenientes de países en desarrollo— para cursos intensivos de astronomía impartidos por destacados investigadores.
“Es sumamente significativo tener un papa que se preocupe por la ciencia y nos reciba en este lugar lleno de historia y proyección”, dijo una estudiante argentina presente en el sitio. La educación, la fe, la curiosidad por el universo desde una mirada espiritual y académica, se cruzaron en los jardines de Castel Gandolfo con una naturalidad renovadora.
Una bendición bajo las estrellas
El Papa finalizó su visita con una oración breve pero simbólica. Bendijo a los estudiantes, científicos, y a toda la humanidad que observa el cielo con asombro. Rogó para que sigamos buscando no solo respuestas sobre la materia, sino también sobre el alma y el sentido trascendente de nuestra existencia.
En un mundo donde el escepticismo muchas veces enfrenta a ciencia y religión como polos opuestos, la figura de Leo XIV propone una síntesis serena, intelectual y profundamente humana.
Quizá esa sea la mayor contribución de su pontificado hasta ahora: tender puentes al infinito desde una fe que no teme al telescopio, que celebra la Luna de 1969 y ensalza la Creación como el más antiguo de los milagros.