El legado vibrante de la Goodman League: mucho más que baloncesto callejero en Washington D.C.

Durante casi tres décadas, las canchas de Barry Farm han sido un refugio comunitario, semillero de talento y símbolo de resiliencia urbana

En medio del calor sofocante de las noches veraniegas de Washington D.C., donde el murmullo del público se mezcla con el chirrido de zapatillas sobre el pavimento y los gritos de ánimo rebotan en las viejas fachadas del barrio, se libra una batalla que no tiene nada que ver con guerras ni políticas: es la guerra noble del deporte callejero. Esta es la Goodman League, un fenómeno cultural y comunitario que, desde hace casi 30 años, ha transformado un devastado rincón del sureste de la ciudad en un santuario de esperanza y baloncesto de alta intensidad.

De las ruinas de Barry Farm al estrellato del streetball

El lugar donde ahora resuenan los balones fue alguna vez Barry Farm, un complejo de viviendas públicas construido en los años 40, profundamente marcado por la historia racial de Estados Unidos. El terreno pertenecía al esclavista James Barry hasta la era post-guerra civil, cuando se establecieron comunidades de afroamericanos libres. Ya para finales del siglo XX, Barry Farm se había convertido en sinónimo de pobreza, marginación y crimen.

Pero en 1996, un ex árbitro llamado Miles Rawls decidió que era hora de cambiar la narrativa. Así nació la actual Goodman League, nombrada en honor a George Goodman, un embajador comunitario y aficionado del baloncesto local. Lo que comenzó como una manera de mantener a los jóvenes alejados de la violencia, terminó siendo una liga respetada incluso por estrellas de la NBA.

Entre sudor, frituras y familia

El ambiente de la Goodman League es una explosión sensorial. Cigarrillos encendidos, aromas de pescado frito y alitas de pollo flotando en el aire, y un comentarista —el propio Rawls— soltando frases memorables por el altavoz con la familiaridad de quien narra una historia en el porche.

La liga se celebra todas las noches durante el verano con partidos que reúnen desde talentosos adolescentes hasta futuras promesas universitarias y, ocasionalmente, estrellas consagradas como Kevin Durant, oriundo de la zona. En los márgenes de la cancha, las familias montan sus sillas plegables, los niños corretean, y los vendedores locales aprovechan la afluencia para impulsar su pequeño comercio.

“Es como un carnaval veraniego cada noche”, dice Youlanda "Yonnie" Long, quien vende pescado frito al lado de la cancha desde hace más de una década. “Aquí todos se conocen, todos se respetan. Es más que baloncesto; es comunidad.”

Un escaparate para el talento olvidado

Lejos de las luces comerciales de la NBA, la Goodman League sirve como plataforma para jugadores que, de otro modo, quedarían sepultados por la desigualdad del sistema deportivo estadounidense.

  • Algunos jugadores vienen de universidades comunitarias sin repercusión mediática.
  • Otros simplemente fueron víctimas de lesiones o problemas personales que frenaron su ascenso profesional.
  • Y cada verano, docenas más simplemente luchan por ser vistos.

Como señala Rawls, “esto es un refugio para los que, de otra forma, podrían terminar en la otra cara de las estadísticas que llenan los informes policiales. Aquí hay disciplina, hay respeto, y sobre todo, hay pasión.”

Un legado con impacto social

En un contexto de altos índices de violencia armada en comunidades afroamericanas de Washington D.C., proyectos como la Goodman League no solo entretienen, sino que salvan vidas.

De hecho, un estudio de 2021 del Urban Institute concluyó que programas deportivos comunitarios tienen un impacto directo en la disminución de incidentes violentos entre jóvenes, al ofrecerles alternativas constructivas durante los meses críticos del verano.

“Sé lo que algunos de estos muchachos estarían haciendo si no estuvieran aquí durante tres o cuatro horas todos los días” — Miles Rawls.

Además, la liga implementa actividades extracurriculares como talleres de mentoría, clínicas de baloncesto para niños, e incluso asesoría para el ingreso a universidades. No se trata solo de desarrollar jugadores, sino ciudadanos.

La estética de la liga: cultura urbana pura

Visualmente, la Goodman League parece salida de un videoclip de los años 90. Hay quienes asisten solo para disfrutar del espectáculo cultural:

  • Estilo urbano: gorras hacia atrás, lentes decorados con piedras, camisetas de equipos legendarios.
  • Soundtrack en vivo: los parlantes emiten hip hop, trap y R&B durante los intervalos.
  • Interacción directa: los jugadores bromean con la audiencia, los árbitros ríen en medio de jugadas, y el comentarista Rawls se convierte en el alma de la fiesta.

“Aquí no hay barreras entre el público y los jugadores”, comenta Daiquan Smith, uno de los competidores recurrentes. “Jugamos como en casa. Porque literalmente, lo es.”

Cuando el deporte cuenta la historia de una ciudad

La Goodman League no solo representa una élite del baloncesto callejero en la Costa Este. También simboliza la resistencia de un vecindario que ha luchado por mantener su identidad. Las antiguas viviendas de Barry Farm han sido demolidas, y en su lugar surgen complejos de lujo. Pero la cancha resiste, orgullosa, como un ancla cultural que desafía la gentrificación.

“Tengo 29 años haciéndolo y aún sigo con vida, aún relevante”, reflexiona Rawls. “En un vecindario de los más peligrosos, seguimos de pie. Eso tiene que significar algo.”

El futuro: más allá del barrio

Hoy, Rawls sueña con ampliar la misión de la Goodman League: crear una liga juvenil permanente, ofrecer becas universitarias e incluso replicar el modelo en otras ciudades de Estados Unidos. Ya ha habido interés desde lugares como Baltimore, Filadelfia y Chicago.

“El baloncesto es solo la excusa”, confiesa. “La verdadera razón es la comunidad: unir, proteger, inspirar.”

La Goodman League como símbolo

No es solo un torneo. Es resistencia cultural. Es el alma de un barrio.

En tiempos de depresión económica, alienación juvenil y pérdida de espacios comunitarios, lo que Miles Rawls y su equipo han hecho debe ser no solo admirado, sino replicado. La Goodman League es un testimonio viviente de que el deporte, cuando se practica con propósito, puede llevar en sus hombros una comunidad completa.

Y quizás, donde una vez solo había ruinas, ahora florezca un legado que inspire generaciones enteras. Bajo las luces del Barry Farm y entre el perfume de sudor y pescado frito, el verdadero juego recién comienza.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press