La muerte, la fe y la amistad: un viaje poético en ‘Mendell Station’, la novela de J.B. Hwang

El debut literario de la autora coreanoamericana retrata la experiencia del duelo con una sensibilidad íntima y poderosa

Una novela sobre la pérdida en tiempos inciertos

“Mendell Station” es el primer libro de la escritora coreanoamericana J.B. Hwang, una obra debut que llega como un susurro poético cargado de dolor, belleza y humanidad. Con un trasfondo tan devastador como reconocible —la muerte de un ser querido—, la novela trasciende su premisa para retratar cómo se sobrevive al vacío, a lo inexplicable, y cómo seguimos respirando cuando todo parece indicar lo contrario.

Ambientada en San Francisco, en los primeros días de la pandemia de COVID-19, la novela sigue a Miriam, una cartero coreanoamericana que recibe la noticia de que su mejor amiga, Esther, ha muerto tras caer de dos pisos en la estación de tren Van Ness. La causa del incidente jamás se aclara por completo: sabemos que Esther estaba ebria y tambaleante antes de que ocurriera. Sin embargo, el misterio no domina la trama. Lo que verdaderamente importa aquí no es el cómo murió Esther, sino cómo se vive después de su ausencia.

La experiencia asiáticoamericana retratada con humanidad

Uno de los aspectos más innovadores y vitales del libro es que se narra desde la piel de una mujer asiáticoamericana. En un mercado literario históricamente dominado por protagonistas blancos, la elección de Miriam no es simplemente un acto político: es una afirmación cultural necesaria y profundamente personal.

La narrativa nos sumerge en las rutinas invisibles de quienes trabajan en la oficina postal —una sociedad dentro de la sociedad—, revelando una mezcla de tedio burocrático y silenciosa camaradería. La famosa expresión estadounidense “going postal”, que refiere al colapso mental y a veces violento en este tipo de entorno laboral, se ve resignificada aquí como exploración emocional de la rutina y el dolor persistente.

Una historia de duelo y reconstrucción

La muerte de Esther no solo remueve emociones en Miriam, sino que destruye su estructura de sentido. Su fe en Dios se tambalea hasta desaparecer, y el proceso de luto implica también la pérdida de sí misma. Como forma de terapia, que nunca espera tener destinatario alguno, Miriam comienza a escribir cartas a su amiga fallecida:

“Esther, me pregunté por qué no quise matarme después de que murieras, cuando no podía dejar de pensarlo tras la muerte de mi padre. ¿Sería reconocible para ti ahora, sin mi fe, sin ti? No me gusta lo que soy sin ti”.

Este tipo de confesiones, íntimas y desgarradoras, encapsulan a la perfección el universo emocional en el que se mueve la novela. Hwang captura la esencia del duelo: no como una línea recta hacia la sanación, sino como un mar picado de olas inesperadas y soledad abrumadora.

El lenguaje como catarsis

Uno de los logros más poéticos de Hwang es su uso del lenguaje. En ocasiones minimalista y clínico, en otras momentos, desbordante en su lirismo, su prosa logra poseer el mismo ritmo que la respiración del lector. Hay momentos en que parece que estamos dentro del cuerpo de Miriam, sintiendo cómo se le contrae el estómago o cómo la pena le sube como humo por la garganta.

“El amor que sentía por Esther se distendió y se convirtió en un fluido que llenó mi cráneo... Mi esqueleto fue arrancado de mi cuerpo, y me desplomé en el suelo. El sonido de muchas aguas, nubes pesadas en el cielo, finas ranuras negras entre las tablas del suelo llenas de oscuridad.”

Este tipo de evocación sensorial traslada el dolor al lector. Es un dolor que se vuelve universal. Porque aunque el contexto sea el de una mujer coreanoamericana durante una pandemia global, el duelo es universal. Y en eso brilla esta novela: en lo profundamente humana que es.

La narración inmersiva: una piel distinta con las mismas cicatrices

Hwang no medita en descripciones extensas o convenciones narrativas tradicionales. No “introduce” a Miriam. Más bien, nos lanza directamente a sus pensamientos. Entramos a sus memorias, sentimos en nuestra propia carne su cansancio en la oficina de correos, las caminatas por un San Francisco apagado por la pandemia, el peso del aire sin Esther.

En esto se asemeja al realismo psicológico introspectivo de Virginia Woolf o Clarice Lispector. No es una historia que se nos cuenta. Es algo que experimentamos junto a la protagonista. Ese enfoque convierte “Mendell Station” en una de esas novelas que uno no lee, sino que inhabita.

Representación y catarsis: por qué este libro importa

En tiempos donde se discute tanto sobre diversidad e inclusión en la literatura, esta novela representa una victoria silenciosa pero poderosa. Miriam es coreanoamericana, mujer, trabajadora esencial, huérfana de amiga y de fe. Pero también es todas las personas que han perdido, que se han sentido solas, que luchan por empezar de nuevo cada mañana.

Como señala Cathy Park Hong en su ensayo “Minor Feelings”, las emociones de los asiáticoamericanos han sido históricamente deslegitimadas en el discurso cultural estadounidense. Así, una novela como Mendell Station no solo es literariamente preciosa, sino culturalmente revolucionaria. Habla de lo que no se nombra y lo hace desde una voz que emerge como un grito, pero termina como un susurro reconfortante.

La resonancia emocional post-pandémica

La elección de situar esta historia en plena pandemia de 2020 añade otra capa de dolor y reconocimiento. Para muchos, ha sido una época de pérdidas múltiples: de trabajo, rutinas, relaciones y seres queridos. J.B. Hwang captura ese estado de suspensión emocional que se vivía entonces: la sensación de que el mundo avanzaba mientras tú estabas estancado en pérdida constante.

La religión —esa tabla de salvación para algunos y fuente de decepción para otros— también se convierte en uno de los ejes del relato. La pérdida de fe no es presentada como un escándalo ni una ruptura dramática, sino como otra muerte adicional. Miriam ya no cree, pero tampoco está enojada con Dios. Solo está sola.

¿Para quién es esta novela?

Este es un libro para mujeres. Para mujeres asiáticoamericanas. Para trabajadores esenciales. Para quienes han amado y han perdido. Pero también —y sobre todo— es un libro para cualquiera que desee entender el duelo.

Lo que diferencia a J.B. Hwang de otros escritores contemporáneos es su capacidad para combinar lo cotidiano con lo sublime sin que una parte opaque a la otra. Puede hilvanar una descripción de cómo ordenar paquetes en una oficina postal con una imagen poética acerca de las nubes negras entre los tablones del suelo. Y lo hace sin esfuerzo aparente. De ahí que su narrativa sea tan envolvente: porque decora la tristeza sin suavizarla.

La muerte no se entiende, se sobrevive

Al llegar al final del recorrido que Hwang propone, descubrimos que no hay grandes revelaciones. No obtenemos respuestas: ni sobre la muerte de Esther ni sobre lo que vendrá después en la vida de Miriam. Pero ese es, precisamente, el punto. El duelo no trae respuestas, solo más preguntas y una lenta adaptación a la ausencia.

En ese sentido, “Mendell Station” no es solo una novela sobre la muerte. Es una novela sobre las trincheras del alma humana y sobre lo profundo que puede hundirse una mujer para luego, paso a paso, volver a sí misma.

Y al final, eso es lo que desean los que se han ido: que continuemos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press