Trump, poder y narrativas: cuando renombrar se convierte en estrategia de gobierno
Del regreso de los Redskins al ‘Golfo de América’: cómo Donald Trump transforma el lenguaje y la historia para perpetuar su relato político
Renombrando la realidad: la estrategia política de Trump
El poder de nombrar ha sido históricamente una herramienta para controlar narrativas, moldear identidades y consolidar autoridad. Muchos líderes, imperios y movimientos lo han utilizado como forma de proyectar su influencia. En pleno 2025, el expresidente Donald Trump –una figura que no deja indiferente– ha revivido este arquetipo con renovada intensidad.
Desde intentar cambiar el nombre del Golfo de México a “Golfo de América”, hasta exigir que el equipo de fútbol americano de Washington vuelva a llamarse “Redskins”, Trump ha desplegado una ofensiva simbólica que va mucho más allá de simples caprichos: busca reafirmar su visión de una América conservadora, dominante y monolítica.
“Restaurando la grandeza americana”, un decreto con carga ideológica
El Ejecutivo orden 14172, firmado por Trump, lleva un nombre por demás elocuente: Restaurar nombres que honren la grandeza americana. Con él, se instó formalmente a agencias federales a revisar y revertir cambios de nombres que, según la administración, “fueron realizados por motivos políticos o ideológicos”.
La primera gran aplicación del decreto fue la orden de renombrar el Golfo de México como “Golfo de América”. Esto desató una tormenta en mapas digitales, servidores cartográficos y medios de comunicación. Chevron, una de las empresas más influyentes en el sector energético, ya ha empezado a referirse al cuerpo de agua como “Golfo de América” en reportes financieros. “Ese es ahora el posicionamiento del gobierno de EE.UU.”, declaró Mike Wirth, CEO de Chevron en una llamada con inversores.
Redskins: nombre, identidad y polarización
Una de las controversias más recientes impulsadas por Trump es su exigencia para que los Washington Commanders regresen al nombre “Redskins”, desechado por considerarse una ofensa racial hacia los pueblos indígenas.
Este intento de restauración ha dividido aún más la discusión cultural estadounidense. Para Trump y sus seguidores, representa un acto de “resistencia cultural” frente a lo que llaman “despertar ideológico” (wokeism). En sus propias palabras: “Los tiempos han cambiado, y ya es hora de recuperar símbolos que representan el espíritu original de este país.”
El nombre “Redskins” fue abandonado en 2020 en medio del despertar social posterior al asesinato de George Floyd. La decisión de cambiarlo supuso pérdidas económicas cercanas a 20 millones de dólares según reportes de Sports Business Journal. Fue parte de una ola de transformaciones que incluyó renombrar marcas históricas como Aunt Jemima (ahora Pearl Milling Company) y cambiar otros nombres vinculados a estereotipos raciales.
“Naming is power”: el control del relato
“Un padre nombra a su hijo, un fundador nombra su empresa, un presidente nombra una ciudad… cada acto posee un vínculo de poder,” explicó Shannon Murphy, directora de la consultora Nameistry. Nombrar es definir, establecer parámetros, y quien lo hace ejerce dominio sobre lo designado.
Trump ha entendido esto como pocos: nombró a sus adversarios con apodos como “Crooked Hillary” (Hillary la corrupta) o “Meatball Ron” (Ron albóndiga, refiriéndose a Ron DeSantis). Estas etiquetas, aunque simples, calaron profundo en muchos votantes. Es parte de su estrategia de branding político, utilizando un lenguaje directo, funcional e impactante.
Un patrón histórico: del colonialismo al rebranding moderno
No es nuevo. A lo largo de la historia, imperios han renombrado territorios para afirmar dominio: San Petersburgo fue Petrogrado y luego Leningrado antes de volver; Constantinopla pasó a ser Estambul; Bombay es ahora Mumbai. En cada cambio de nombre hay una disputa simbólica. ¿Quién nombra? ¿A quién representa? ¿Qué versión de la realidad se impone?
Así lo resume la lingüista Norazha Paiman: “Nombrar colapsa infinitas complejidades en un símbolo manejable. Y en esa compresión, se ganan o pierden mundos completos.”
Cuando el Reino Unido renombró regiones en India o África durante la colonia, no solo se estaba actualizando cartografía. Era una manera de subyugar conceptual y emocionalmente a esas regiones. De la misma forma, Trump reconfigura mentalmente mapas ideológicos cuando intenta convertir el Golfo de México en el “Golfo de América”.
Nombrar como desvío: cortina de humo y táctica
El retorno simbólico de los Redskins y la campaña por el “Golfo de América” ocurren, curiosamente, en momentos donde Trump enfrenta presión en otros frentes.
- Una base republicana dividida respecto al caso Epstein.
- Un informe de inteligencia que contradice su versión sobre la injerencia rusa en 2016.
- Una investigación judicial por la deportación irregular de migrantes venezolanos.
Reavivar debates sobre el “naming” es, según analistas, una táctica de distracción. Mueve el foco desde potenciales escándalos hacia conflictos culturales donde su base electoral se siente emocionalmente implicada.
Es una estrategia ya conocida. En 2003, en medio de tensiones con Francia por la guerra de Irak, congresistas republicanos propusieron renombrar las french fries como freedom fries. Una medida absurda pero que polarizó la opinión pública.
El valor del símbolo en la guerra cultural
Renombrar no es un juego de etiquetas. Es una propuesta de sentido. Al exigir el regreso del nombre Redskins, Trump desafía 50 años de luchas indígenas contra estereotipos racistas. Pero al mismo tiempo, conecta con votantes blancos que se sienten desplazados por cambios multiculturales.
Según un estudio de la Pew Research Center de febrero de 2025, un 68% de votantes republicanos considera que “el foco excesivo en diversidad borra tradiciones americanas fundamentales”. El discurso de Trump capitaliza esa percepción.
Y no es gratuito que ocurra al mismo tiempo que elimina programas de diversidad e inclusión del gobierno federal. En resumen, todo es parte de un mismo plan de restauración simbólica.
Cambiar un nombre para imponer una narrativa
En inglés, el verbo “to name” proviene del protoindoeuropeo *nōmn, vinculado con nociones de poder místico. En muchas culturas antiguas, saber el nombre verdadero de algo o alguien otorgaba influencia sobrenatural. En el presente, ese “hechizo” se mantiene a nivel político.
Hoy, cuando Trump llama despectivamente a sus oponentes o rebautiza elementos geográficos, no solo ejecuta posibles actos administrativos. Realiza una coreografía de poder. Porque, como dijo Shakespeare en Richard III: “que me den el poder de nombrar, y yo haré las leyes”.
Trump no busca tanto convencer como imponer. Reintroducir palabras antiguas como “Redskins” o “Golfo de América” es su forma de decir: “yo controlo lo que América significa”.
¿Permanecerán sus nombres?
¿Se afianzará el “Golfo de América” en manuales escolares y reportes oficiales? ¿Volverá “Redskins” como nombre legítimo en la NFL? La historia reciente nos muestra que cambios lingüísticos impuestos políticamente pueden flotar por un tiempo, pero solo perduran si resuenan social y culturalmente.
Por ahora, medios como The New York Times, CNN y Reuters continúan usando la denominación original, tal como lo hace también Google Maps. Mientras tanto, plataformas conservadoras han adoptado sin ambages los nuevos términos.
Nombrar, al fin y al cabo, es contar una historia. Y Trump, que construyó un imperio sobre su propio nombre, lo entiende mejor que nadie: contar la historia es tan importante como hacerla.