Bryan Kohberger: el caso que estremeció a Idaho y su inquietante camino hacia la condena

Un análisis del impactante asesinato de cuatro estudiantes universitarios, los eventos previos, la meticulosa investigación y la figura enigmática del asesino condenado

La noche de horror en Moscú, Idaho

La madrugada del 13 de noviembre de 2022 marcó un antes y un después para los residentes y estudiantes de la pequeña ciudad universitaria de Moscú, Idaho. Cuatro jóvenes —Kaylee Goncalves, Madison Mogen, Xana Kernodle y Ethan Chapin— fueron brutalmente asesinados con un arma blanca en su vivienda en el 1122 de King Road, una casa de alquiler compartida cerca del campus de la Universidad de Idaho.

El caso, que desde su inicio estremeció a todo Estados Unidos, fue objeto de una investigación intensiva que culminó en la condena a cadena perpetua de Bryan Kohberger, un estudiante de criminología en la vecina Universidad Estatal de Washington. Pero la historia, más allá de la sentencia, está repleta de detalles inquietantes que bien podrían haber anunciado el horror por venir.

Señales inquietantes antes de la tragedia

Días antes del ataque, Goncalves había expresado a sus compañeras de casa una creciente preocupación: vio a un hombre desconocido observándola mientras sacaba a su perro, Murphy. Relató el suceso con tal inquietud que incluso llamó a sus compañeras para verificar si regresarían pronto a casa. Semanas más tarde, el 4 de noviembre, los residentes llegaron a la vivienda y encontraron la puerta abierta y floja de las bisagras, un incidente tan extraño que el padre de Kernodle terminó arreglándola. Nadie entonces podía imaginar lo que vendría días después.

Según los documentos recién divulgados por la policía tras la sentencia, esas señales fueron consideradas por los investigadores como posibles piezas del rompecabezas. Sin embargo, aún no se ha determinado si esos episodios estaban directamente relacionados con el crimen.

La escena del crimen: una imagen de horror

Los informes policiales relatan un escenario aterrador: sangre en las paredes, charcos sobre las sábanas, y signos de lucha intensa, especialmente en la habitación de Xana Kernodle. Las heridas defensivas que presentó indican que luchó por su vida. La brutalidad del crimen dejó atónita incluso a la policía local, acostumbrada al letargo de una ciudad universitaria.

Una investigación digna de serie policial

La investigación fue una carrera contra el tiempo. Las autoridades recibieron cientos de pistas: desde un cliente que vio a un joven blanco buscar nada menos que un pasamontañas en Walmart, hasta transeúntes que recordaban ver a individuos sospechosos en el recorrido nocturno de un camión de comida frecuentado por las víctimas.

En uno de los giros clave, una vecina afirmó con gran seguridad haber visto a un individuo "con aspecto nervioso" en su jardín en agosto o septiembre de ese año. Más tarde lo reconocería como Kohberger.

Finalmente, la evidencia tecnológica -tan característica de las investigaciones modernas– fue determinante: la policía logró acceso a datos de localización de celulares, registros de compras online (incluyendo la adquisición de un cuchillo de estilo militar), videos de vigilancia y, en última instancia, una coincidencia de ADN en una vaina de cuchillo encontrada en el lugar del crimen. Bryan Kohberger fue arrestado el 30 de diciembre en casa de sus padres en Pensilvania.

Kohberger: el perfil de un asesino improbable

Lo que sorprende a muchos es el perfil del perpetrador. Kohberger no era un extraño marginal ni un vagabundo errático. Era un estudiante de doctorado en criminología, con aspiraciones académicas. En una breve charla con la policía tras su arresto, llegó incluso a comentar sus tareas como asistente de enseñanza y su interés en ser profesor.

Pero su aparente compostura se desmoronó cuando los oficiales hicieron alusión directa al caso: al ser preguntado sobre su conocimiento de los hechos de Moscú, respondió: "Por supuesto". Luego de intercambiar palabras, pidió un abogado, haciendo valer su derecho constitucional a guardar silencio.

¿Obsesión, crimen perfecto o estudio experimental?

Uno de los aspectos más inquietantes del caso radica en que Kohberger era conocedor profundo del comportamiento criminal. Se ha especulado, incluso, que sus actos podrían haber sido motivados no por causas convencionales de odio o venganza, sino como un experimento macabro ligado a su campo de estudio.

No sería la primera vez que un académico rompe el entorno que lo forma: casos como el de Ted Kaczynski, el Unabomber, revelan que la inteligencia no es garantía de moral. La diferencia aquí es que Kohberger parecía actuar con cierto desapego emocional. Sus hábitos en prisión –introducidos posteriormente en los documentos– muestran a un hombre meticuloso, casi obsesivo: se duchaba por una hora diaria y se lavaba las manos decenas de veces. También permanecía despierto por la noche, como si un ciclo natural inverso gobernara su psique.

Las redes sociales y las aplicaciones, bajo la lupa

Las autoridades llegaron a ordenar a Tinder que proporcionara datos sobre posibles cuentas asociadas con correos electrónicos que pudieran vincular a Kohberger con las víctimas. Aunque no se hallaron conexiones evidentes, esta línea de investigación deja ver un ángulo más: ¿pudo contactarlas con anterioridad a través de apps? ¿Qué motivó exactamente su elección de víctimas?

Motivo: una laguna oscura

Después de una investigación tan abrumadoramente detallada, aún no hay una razón definitiva para los asesinatos. Kohberger no tenía un vínculo directo aparente con las víctimas, ni surgió un móvil relacionado con celos, venganza o robo.

Esto ubica el caso entre los más desconcertantes en la historia criminal estadounidense reciente: un crimen con planificación quirúrgica, sin móviles evidentes, ejecutado por alguien cuya vida giraba académicamente en torno al estudio del propio crimen.

Un caso que cambiará a Idaho para siempre

La condena a cadena perpetua para Kohberger trajo algo de justicia para las familias, pero apenas araña la superficie del trauma que sacudió a una comunidad entera. La pequeña ciudad de Moscú, donde muchos dejaban las puertas sin seguro y vivían en un estado de aparente paz universitaria, ya no será la misma.

Este caso probablemente sea objeto de múltiples documentales, series true crime y tesis académicas. Pero sobre todo, será recordado como la prueba de que incluso el conocimiento del mal puede ser inútil para prevenirlo, y que los monstruos también habitan las aulas.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press