Regenerar los bosques, un árbol a la vez

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Regenerar los bosques, un árbol a la vez
Un árbol plantado por la policía durante la "Operación Mercury" en medio de una zona de jungla destruida por mineros clandestinos cerca de una pista de aterrizaje improvisada en una base militar y policial en la provincia peruana de Tambopata, el 28 de marzo de 2019. Científicos del organismo sin fines de lucro Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA) plantaron más de 6.000 retoños de varias especies endémicas de esta parte de la Amazonía, incluyendo el gigantesco shihuahuaco, para cubrir estos macabros claros. Probaron distintos fertilizantes para recuperar la jungla. (AP Foto/Rodrigo Abd)

MADRE DE DIOS, Perú (AP) — La destrucción de los bosques puede ser muy rápida y la regeneración mucho, mucho más lenta.

Pero alrededor del mundo, la gente está metiendo las palas en la tierra para ayudar.

En un extremo de la Amazonía peruana, donde la minería de oro ilegal ha hecho mella en los bosques y envenenado la tierra, los científicos trabajan para darle vida de nuevo al páramo. Más de 4.828 kilómetros (3.000 millas) al norte, en terrenos de una antigua mina de carbón en la región montañosa de los Apalaches, los trabajadores arrancan árboles que nunca generaron raíces profundas y hacen la tierra más apta para la regeneración de especies endémicas de árboles.

En Brasil, la dueña de un vivero crea diferentes tipos de semilleros a fin de ayudar a reconectar los bosques a lo largo de la costa brasileña del Atlántico, lo que beneficiaría a especies de animales en peligro de extinción como el tití león dorado.

Todos ellos trabajan en medio de espectaculares pérdidas recientes: la Amazonía y la Cuenca del Congo arden, el humo de los bosques de Indonesia flota sobre Malasia y Singapur, incendios generados para crear tierras de pastoreo y de cultivo. Entre 2014 y 2018, de acuerdo con un reporte reciente, los bosques pierden un área del tamaño de Reino Unido cada año.

La regeneración de los bosques es una tarea lenta y generalmente difícil. Y requiere paciencia: Puede tomar décadas o más para que los bosques se conviertan en hábitats viables y que absorban la misma cantidad de dióxido de carbono perdido cuando los árboles son cortados e incinerados.

“Plantar un árbol es solamente el primer paso del proceso”, dijo Christopher Barton, un profesor de hidrología forestal del Centro de los Apalaches de la Universidad de Kentucky.

Y aun así, esa labor es urgente --los bosques son una de las primeras líneas de defensa del planeta contra el cambio climático, dado que absorben hasta el 25% de las emisiones humanas de dióxido de carbono anualmente.

Por medio de la fotosíntesis, los árboles y otras plantas usan el dióxido de carbono, el agua y los rayos solares para producir energía química que contribuye con su crecimiento; el oxígeno es liberado como un producto secundario. Sin embargo, los bosques se han reducido, al igual que una ya sobrecargada capacidad de la Tierra de lidiar con las emisiones de dióxido de carbono.

Los programas de reforestación exitosos se apoyan en las especies endémicas. Son llevados a cabo por grupos comprometidos con la supervisión de los bosques, y no solo dedicados a eventos ocasionales de plantación de árboles. Generalmente, tales grupos ofrecen un beneficio económico a la gente de los alrededores --por ejemplo, al crear empleos o reducir las erosiones que afectan hogares y cultivos.

El impacto podría ser devastador. Un estudio publicado recientemente en la revista Science pronosticó que si se plantaran 900.000 millones de hectáreas con árboles nuevos --alrededor de 500.000 millones de retoños-- podrían absorber 205 gigatoneladas de carbono una vez que alcanzaran la madurez. Los investigadores suizos estiman que eso sería el equivalente a cerca de dos terceras partes del dióxido de carbono arrojado a la atmósfera desde el inicio de la Revolución Industrial.

Otros científicos cuestionan tales cifras, mientras que algunos temen que la promesa especulativa de plantación de árboles como una solución fácil al cambio climático cause que la gente no preste atención al alcance y dimensiones de la respuesta requerida.

No obstante, todos coinciden en algo: los árboles son importantes.

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En una mañana de primavera, el científico forestal Jhon Farfán condujo una motocicleta por la densa selva peruana, con sus neumáticos cubiertos de barro. Y aunque seguía un estrecho camino creado por grupos que practican la minería ilegal de oro en el corazón de la Amazonía, no iba en busca del tesoro sino con la misión de reforestar las minas abandonadas dentro del bosque tropical más grande del mundo.

Luego de tres horas de un abrupto viaje, llegó a un amplio espacio abierto con hileras de retoños de árboles que llegaban a la altura de las rodillas y cuyas hojas verde amarillentas se extendían para recibir los rayos del sol. Farfán sacó una tabla sujetapapeles con un esquema de los retoños plantados meses antes, tal como un maestro confirma la asistencia de sus alumnos.

“El objetivo es cuidar a los sobrevivientes”, dijo.

En lo profundo de la selva, sólo un tenue rayo del sol se filtra hasta el piso. Por lo general es más lo que se puede escuchar que lo que se ve: un coro de monos aulladores, el parloteo de pericos de corona roja --recordatorios de que la Amazonía es hogar de la mayor diversidad de especies del mundo.

Sin embargo, los bosques pluviales se encuentran bajo la creciente amenaza de las actividades ilegales de tala, minería y ganadería. En una región del sureste de Perú llamada Madre de Dios, las tareas de Farfán incluyen la inspección de tierras en las que el bosque de antemano ha sido eliminado por la minería ilícita que estalló por el incremento de los precios del oro después del desplome financiero global de 2008.

Para obtener oro, el suelo de la selva ha sido revuelto. No hay vetas de oro en las zonas bajas de la Amazonía, sólo lascas de oro que fueron arrastradas desde la Cordillera de los Andes por antiguos ríos, y que ahora se hallan enterradas.

Después de talar e incinerar árboles de cientos de años, los mineros usan bombas de diésel para extraer capas de tierra, que luego pasan por filtros para separar las partículas de oro. Para convertir ese polvo de oro en pepitas, lo mezclan con mercurio, el cual une el oro pero también contamina la tierra.

Atrás dejan áreas de tierra cuasidesérticas --secas, arenosas, ya sin mantillo y rodeadas de troncos de árboles muertos.

En diciembre pasado, Farfán y otros científicos del organismo sin fines de lucro Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA) plantaron más de 6.000 retoños de varias especies endémicas de esta parte de la Amazonía, incluyendo el gigantesco shihuahuaco, y probaron distintos fertilizantes.

“La mayoría de las muertes de árboles ocurren en el primer año”, dijo Farfán. “Si los árboles logran llegar a los cinco años, por lo general van a durar mucho tiempo”.

Un estudio sobre las antiguas minas en Perú realizado hace varios años por científicos de CINCIA y de la Universidad Wake Forest encontró que los retoños trasplantados con tierra tenían mayores probabilidades de sobrevivir que los “retoños descalzos” y que el uso de fertilizantes también ayuda en su crecimiento. Algunos de los árboles usados en la prueba habían absorbido leves cantidades de mercurio a través del suelo contaminado, pero aún se desconoce cuánto les afectará.

Desde que el proyecto dio inicio hace tres años, el equipo ha plantado más de 42 hectáreas (115 acres) de retoños de árboles endémicos, la mayor reforestación en la Amazonía peruana hasta la fecha. El organismo se encuentra en pláticas con el gobierno de Perú para expandir sus tareas.

“Es muy difícil detener la minería en Madre de Dios porque es una actividad muy importante”, dijo Farfán.

El reto ahora será plantar un árbol capaz de crecer con esa tierra.

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Mientras los científicos luchan con los paisajes contaminados de la Amazonia, activistas a un continente de distancia lidian con las fallas de intentos anteriores de sanar la tierra.

Luego que los mineros abandonaron la cumbre Cheat Mountain en la década de 1980, hubo un esfuerzo para enverdecer los sitios de las minas de carbón a fin de cumplir con las leyes federales. Las compañías utilizaron maquinaria pesada para colocar de nuevo tierra no volcada, compactando la ladera de la montaña con bulldozers. El resultado fue tierra tan compacta que impide la filtración del agua y el crecimiento de raíces.

Las compañías plantaron “especies de desesperación” --pasto con raíces profundas o árboles no endémicos capaces de sobrevivir, pero que no alcanzaron su altura máxima ni restauraron la zona boscosa que había estado ahí. En Cheat Mountain y en otros lugares donde hubo minas a lo largo de la región de los Apalaches, más de un millón de acres de bosques ahora desaparecidos viven una atrofia similar.

“Fue como si los árboles trataran de crecer en un estacionamiento --no muchos pudieron hacerlo”, indicó Michael French, director de operaciones del organismo sin fines de lucro Green Forests Work, con sede en Kentucky.

La zona montañosa de los Apalaches llegó a tener un ecosistema enorme y único dominado por 202.350 hectáreas (500.000 acres) de bosque de pícea roja hace un siglo y medio. Pero la tala comercial a finales del siglo XIX y luego la minería de carbón en el siglo XX borró el paisaje, dejando intacta menos de una décima parte del bosque.

Ahora, French y sus colegas de Green Forests Work colaboran con el Servicio Forestal de Estados Unidos para regenerar los bosques originales de los Apalaches y las escasas especies que mantienen --arrancando primero otros árboles.

“Literalmente llegamos con una gigantesca máquina tipo arado y arrancamos las entrañas de la tierra” arrastrando un escarificador de 1,22 metros (cuatro pies) detrás de un bulldozer, explicó Barton, profesor de la Universidad de Kentucky y fundador de Green Forests Work.

Esta “escarificación profunda”, como se le conoce, brinda al agua de lluvia y las raíces de árboles una mejor oportunidad para abrirse paso en la tierra. Un estudio de 2008 concluyó que el alterar la tierra en unas antiguas zonas industriales en Estados Unidos por medio de este método ayudó al crecimiento de árboles. Después de cinco temporadas de crecimiento, los árboles plantados en zonas escarificadas cuentan con mayor cantidad de raíces que aquellos que se hallan en zonas donde no se realizó la escarificación. Los árboles también crecieron más.

La idea de escarificar el terreno parecía alarmante al principio.

“Cuando iniciamos esto, muchos de nuestros colegas pensaron que estábamos locos. Pero 10 años después, vamos bien encaminados”, dijo Shane Jones, una ecobióloga del Servicio Forestal de Estados Unidos.

Los primeros esfuerzos de reforestación en las antiguas zonas de minas en el Bosque Nacional Monongahela, en Virginia Occidental, tampoco tuvieron buenos resultados; en ocasiones, la mayoría de las plantas de semillero murió. Pero en áreas donde el equipo ha realizado la escarificación a lo largo de la última década, el índice de supervivencia de esos árboles jóvenes ha sido de aproximadamente 90%.

Hasta ahora Green Forests Work ha reforestado cerca de 324 hectáreas (800 acres) dentro de Monongahela, y está adoptando en enfoque similar para otros sitios de minas ahora inoperantes a lo largo de la región de los Apalaches, en que han reforestado alrededor de 1.821 hectáreas (4.500 acres) en total desde 2009. Su objetivo final es restaurar el ciclo natural del bosque.

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Otras cruzadas de reforestación son más personales.

Maria Coelho da Fonseca Machado Moraes, conocida como Dona Graça, administra un vivero de árboles que genera retoños de especies endémicas de la selva menos conocida de Brasil: el bosque pluvial costero en el Atlántico.

La mujer colabora con el organismo no gubernamental llamado Save the Golden Lion Tamarin (Salvemos al Tití León Dorado), que se dedica a la protección y regeneración del hábitat del primate del mismo nombre.

“El bosque pluvial del Atlántico es uno de los biomas más amenazados del planeta; más del 90% de él está deforestado”, afirmó Luis Paulo Ferraz, el secretario ejecutivo de la ONG. “Lo que queda se encuentra muy fragmentado”.

Conforme se acerca a los 50 años, Dona Graça dice estar furiosa por lo que sucedió al bosque, que fue arrasado para permitir la expansión urbana de Río de Janeiro y otras ciudades.

La mujer condena “la estupidez e ignorancia” de personas que han “destruido la mayoría de los árboles y sigue destruyéndolos. Por lo que yo trato. No puedo hacer mucho, pero lo poco que puedo hacer, lo trato de hacer adecuadamente para rescatar esos árboles”.

Y es así que, entre la alimentación de sus gallinas y el rastrillar de las hojas, ella cultiva retoños de especies poco comunes --pau pereira, peroba, “árboles que la gente de antemano ha dañado, ya no existen”.

Dona Graça mezcla caliza y barro, lo mete en bolsas de plástico para viveros y planta semillas en ellas. Las riega con agua y orina de vaca.

Los esfuerzos de replantación en la localidad --que tienen la finalidad de reconectar las parcelas fragmentadas de bosque-- por lo general utilizan los retoños del vivero de Dona Graça, lo que le brinda tanto un ingreso como una enorme satisfacción.

Ella lo hace, asegura, para la posteridad.

“En el futuro, cuando yo haya muerto... ese recuerdo que traté de dejar a la gente es: vale la pena sembrar, construir”, dijo.

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Las periodistas de The Associated Press Federica Narancio colaboró con este despacho desde Perú y Virginia Occidental, y Yesica Fisch desde Brasil.

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Esta serie de The Associated Press fue producida conjuntamente con el Departamento de Educación Científica del Instituto Howard Hughes. La AP es la única responsable de su contenido.

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